viernes, 4 de febrero de 2011
Agni, dios del fuego.
Se encontraban paseando el príncipe Arjuna (un hijo mortal de Indra, rey de los dioses hindúes) y su primo Krishna (octava reencarnación de Vishnú) por el bosque Khandava, cuando encontraron a Agni. El dios del fuego se mostraba pálido como las cenizas y de su cabeza sólo surgía humo blanco que caía al suelo sin fuerza como el cabello de un anciano, Agni miró desfallecido a los visitantes y les suplicó, —permitirme comer, no puedo seguir alimentándome del aceite de las cocinas y las ofrendas—, a los que los primos le preguntaron —¿Qué necesitas para alimentarte?—. Agni respondió —El bosque Khandava—, los chicos se miraron a los ojos, sabían las implicaciones de un incendio de tal envergadura. —¿Qué pasará con los arboles, las bestias y los hombres que ahí habitan?—, preguntaron. Agni les respondió —los arboles tienen raíces profundas por lo que volverán a crecer, los animales al verme llegar correrán lejos del peligro, y no hay hombres en el bosque—. Lo pensaron un instante y finalmente accedieron a ayudar al famélico dios del fuego. Agni dudó un instante, no creía su suerte, giró y dio a los jóvenes arcos y flechas para que detuvieran a los otros dioses mientras el disfrutaba su festín. Respiró profundo y todos los fuegos del mundo se apagaron, las hogueras y estufas dejaron de calentar, las llamas de todos los templos desapareció. Agni encendido por los fuegos que venían a su encuentro entró en el bosque por su ansiado banquete. Devoró hojas y ramas, avanzó por el suelo y arrasó con los pastos. En el cielo, Indra y otros dioses bajaron a detenerlo, pero Arjuna y Krishna lanzaron fechas al cielo formando una cortina que les impedía seguir. En pocas horas Agni había devorado toda la enorme selva, su piel volvía a ser dorada y brillante, de su cabeza, sus cabellos eran humo negro que subía. Agradeció a aquellos jóvenes, mientras sus llamas volvían a las estufas y velas de los hombres, más rojas que nunca. Aún la naturaleza necesita del fuego para renovarse.
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